06 junio 2010

Cortos con BGM (7)

Título:  Cortos con Background Music (7)
Personajes:  Aimée Reed, Leonardo Ramírez. Aims/Leo implicado en algunos.
Advertencia:  Sin orden cronológico aparente. Los que se relacionan están indicados.

#7: Mad World (Gary Jules) [Pre-BGM#6 y Aims/Leo]
their tears are filling up their glasses
no expression, no expression
hide my head I wanna drown my sorrow
no tomorrow, no tomorrow

Aimée se cierra el abrigo y se acomoda la bufanda al cuello, la brisa helada haciéndole volver a Londres por unos minutos mientras intenta olvidarse del frío nocturno. Después, recuerda qué es lo que está buscando e intenta caminar más rápido, sintiendo las botas traicionándola al darle una estabilidad poco confiable sobre el cemento húmedo.

Escucha el griterío antes de ver la cantidad de gente reunida en la carretera.

Reconoce al menos cuatro canciones diferentes llegándole a los oídos, antes de que doble una curva y se vea frente a una montonera de gente agrupada—bebiendo, hablando, gritando, bailando—fuegos encendidos en tarros de lata, botellas de cerveza por doquier y alrededor de todo eso, autos.

No tiene que esperar demasiado. No pasan más de cinco minutos, de hecho. Alcanza a rechazar dos invitaciones (una de beber y otra de algo que no logró comprender) y entonces, el creciente sonido de motores a la lejanía le hace girarse entre la multitud que parece entrar en un frenesí de expectación.

Ve a Leonardo bajarse de un Nissan (Skyline GTR, distingue). Aún a la distancia, logra ver su sonrisa petulante, recibiendo un dinero con una mano antes de guardárselo en el bolsillo mientras acepta una cerveza con la otra.

Aimée deja pasar quince minutos, aprovechándose de la multitud y de la noche para permanecer camuflada. Vete, piensa. Tuviste tu carrera, ahora vete.

Lo observa reír, beber y conversar con facilidad, mezclándose con los civiles como si OMAS y todo lo que la Organización representaba no existiera en su vida. Interactúa de manera tan fácil con las demás personas reunidas a su alrededor, de una manera que a ella todavía se le escapaba, que Aimée decide otorgarle otros quince minutos, si tan sólo porque entiende a qué viene todo esto.

Cuando Leonardo no parece pronto a largarse, Aimée comienza a inquietarse. Espera cinco minutos y otros cinco más, por si acaso.

Finalmente suspira cuando lo ve ponerse en pie y hacer un gesto con la mano. En seguida, maldice mentalmente al verlo reír y decir algo, con las llaves ya en mano y dirigiéndose de nuevo al Nissan. Por dos segundos, Aimée le otorga el beneficio de la duda. Después, se hace paso entre la multitud en su dirección, ignorando el golpe que le dan por accidente en un costado y cuando le golpean el hombro en su prisa por alcanzarlo a tiempo.

—Leonardo —dice cuando llega al auto y se inclina ante la ventana abierta, haciendo caso omiso de la multitud que lo apoya y de las pocas personas que intentan detenerla.

Sus manos se detienen en el proceso de colocarse el cinturón al verla y el rostro suyo, por un segundo, es de confusión. —¿Aimée? ¿Qué haces aquí...?

—Leonardo —repite Aimée, tomando una bocanada de aire para evitar prestarle atención a los gritos que escucha a sus espaldas. —Ya es suficiente, baja del auto.

—Esto no es de tu incumbencia —responde él, su rostro perdiendo todo rastro de confusión a medida que le frunce el ceño, interrumpiéndola cuando intenta hablar de nuevo al negar con la cabeza. —Tampoco está bajo tu jurisdicción.

Touché.

—Has bebido —le recrimina ella, frunciendo el ceño. —No puedes estar seriamente considerando el…—

—Sólo fue una cerveza —replica él, echando a andar el auto y haciéndole un gesto para que se mueva.

Aimée no se inmuta. —No quiero arruinarle la fiesta a toda esta gente, pero lo haré si me obligas.

No alcanza a sacar su placa, una mano de Leonardo aferrando su muñeca con más fuerza de la necesaria para detenerla. Ella se lo permite y lo observa, esperando una reacción. Cuando ésta no llega, se inclina por la ventana hacia él, haciendo que él la suelte inmediatamente.

—Todos estos amigos tuyos… ¿no tienen la más mínima idea de quién eres, verdad? —le susurra y tamborilea los dedos de una mano sobre la puerta en la que se inclina. —¿Tú crees que te aceptarían de vuelta si se enteran que estás en buenas relaciones con un agente de OMAS? Peor aún, ¿si se enteran de que eres uno?

Lo ve dejar caer la cabeza contra el respaldo del asiento.

—¿En serio tenías que venir? —pregunta él, dejando escapar un suspiro que podría ser una grosería u otra cosa. —¿No podías...?

—No, no podía —le interrumpe Aimée con suavidad, sin darle más explicaciones cuando se gira a verla.

Antes que él le responda, Aimée siente pasos acercarse y se aleja de la ventana, irguiéndose en el momento justo que aparece un hombre, con un celular y un cigarro en cada mano.

—¿Piensas ir a la línea esta noche o no? —pregunta el desconocido, dándole una vaga sonrisa a ella antes de voltear la cabeza hacia Leonardo.

—Dame un segundo, apenas…—

—Ya pasaron los cinco minutos, Lío.

Aimée cuenta los segundos.

Y deja escapar un suspiro cuando ve a Leonardo apagar el motor del auto, el ceño fruncido y dejando escapar una grosería bastante clara para sus oídos.

—Retírame —le escucha decir y lo ve girarse a ella con una expresión que no logra catalogar como de rabia o de frustración o hastío o confusión. Quizá todas al mismo tiempo.

Para su suerte, Aimée no es de las que se regodean con su victoria.

El hombre agita la cabeza, deja escapar un sonido de insatisfacción. —Qué pena —masculla, esperando una respuesta que nunca llega. —¿Estás seguro? Las reglas cambiaron desde la última vez que viniste, perderás el dinero que ya apostaste.

Leonardo se encoge de hombros.

—Ya no es lo mismo —continúa el hombre. —Cada vez llegan más pendejos a correr que terminan delatándonos cuando las cosas no salen como querían. Contigo de vuelta las cosas quizá podrían…

—Sólo sácame de la carrera, ¿vale? —interrumpe Leonardo, volteándose a Aimée de nuevo, sus intenciones plasmadas de manera obvia en el rostro.

El hombre parece decir algo pero, ojea el rostro de Leonardo, luego dirige la vista hacia ella y desiste. Le dirige una segunda media sonrisa antes de irse, con gesto desganado. Aimée observa un momento a la multitud que abuchea o reclama, pensativa.

Cuando vuelve a sentir el motor encenderse, camina alrededor del auto y se sube del lado del copiloto sin que Leonardo tenga que decírselo.

—Acabo de perder 500 lucas sin siquiera haber movido el auto —lo escucha decir, después que suba el vidrio de su ventana y comience a conducir cuesta abajo, hacia la capital, hacia OMAS y quizá incluso hacia una bomba donde Aimée podría comprarse una taza de té para pasar el frío. —Y podría haber ganado más de…—

—Una suspensión de más de seis meses, eso es lo que te hubieras ganado —interrumpe ella—, si no hubiera convencido al Director de mandarme a mí a buscarte, en vez del agente que habían asignado en primera instancia. Otro agente no te hubiera dado las mismas oportunidades.

Leonardo le frunce el ceño, sus manos aferrándose al manubrio. —Nadie te pidió que me anduvieras cuidando, Reed.

Aimée retiene las ganas de dar un respingo y se cruza de brazos, sin responderle. Se dedica a observar el paisaje, decidida a no dejarse llevar por su enfado y ganas de caer en una discusión sin sentido real.

Todavía en la carretera y sin señales de parecer llegar a Santiago, lo siente mascullar un tch por lo bajo cuando adelanta una camioneta blanca y acelera. Sin pensarlo, Aimée coloca una mano sobre su brazo y lo siente sobresaltarse.

—Detén el auto.

—¿Para qué? Nos queda…—

Aimée no desvía la mirada y no dice una palabra más, se lo deja a su conciencia.

Cinco minutos después, él disminuye la velocidad y se estaciona a un lado de la carretera, volteándose a verla después de encender la intermitente. —¿Qué sucede?

—No fue tu culpa —dice Aimée, sin rodeos. —Tomaste una decisión. No puedes culparte por eso, no cuando era tu deber hacerlo.

Leonardo deja escapar un bufido. —No sé a qué quieres llegar con esto, yo no estoy…—

—Sí, sí lo estás —le contradice ella. —Y es normal, Leonardo, es totalmente entendible. Si no estuvieras culpándote, eso sería preocupante.

Cuando no lo ve dispuesto a escucharla, Aimée se suelta el cinturón y se sienta de lado, encarándolo. Apoya la mano izquierda en su hombro, obligándolo a enfocarse en ella.

—No puedo decirte que estará bien, porque estaría mintiendo y lo sabrías; solamente te estaría dando la impresión de que te tomo por imbécil y no lo hago –le dice, humedeciéndose los labios antes de volver a hablar. —No eres el primer agente en culparse por las decisiones que ha tomado y no serás el último tampoco, es parte de nuestro trabajo, el tomar decisiones que otros no podrían… porque por eso estamos en la Agencia, porque somos la clase de persona que sí puede hacerlo y vivir con ello.

Aimée quita la manos de el hombro suyo y lo observa correr la mirada, enfocarse en las afueras, donde la noche es oscura y cada cierto tiempo pasa algún auto por la carretera.

—Si hubiera llegado antes, si hubiera sido cinco minutos más rápido… sigo pensando que se podría haber evitado –murmura él, frotándose el rostro con una mano, inquieto. —Quizá entonces, no hubieran muerto y…—

—No hagas eso —vuelve a interrumpirlo por lo que parece ser la enésima vez en la noche. —No lo pienses. No creas por un segundo que las cosas podrían haber sido diferentes. Porque no lo fueron y no ganarás nada pensando «y si…» excepto sentirte aún más miserable.

Leonardo deja escapar una risa que no guarda una pizca de humor. —¿Más todavía, acaso sería posible?

Hay un algo, entonces, algo tan plenamente desgarrador en la manera que la mira entonces, con una sonrisa agria y ojos cansados, que le hacen desear ser un poco menos ella y un poco más alguien más – alguien que pudiera mentirle y sí decirle que estaba bien, alguien que pudiera decirle palabras más bonitas y confortarlo de manera debida, darle un abrazo, ofrecerle un consuelo mejor que él que ella es capaz de dar.

Pero no. Esta vez, lo único que a él le toca es Aimée. Aimée, que ni siquiera lo conoce bien y apenas puede considerarse la amiga de sus amigos. Aimée, que ha sido entrenada desde la infancia para ser calculadora, lógica, objetiva, fría y desprendida de los demás. Y Aimée no sabe qué hacer, en este país tan diferente al suyo, donde los agentes entablan amistad, ríen, lloran y comparten todo unos con otros dentro de los equipos.

Todo su entrenamiento no cubría cómo manejar situaciones de este tipo y la deja callada en frente suyo, sin saber qué hacer excepto esperar que pueda leer entre líneas lo que le ha dicho y logre descifrar lo que intenta decirle, porque no está segura de poder decírselo de otra manera más directa.

Sin embargo, él no parece estar esperando respuesta y se limita a dejarse caer en silencio como ella, quitando la intermitente y volviendo a entrar a la carretera.

Después de lo que parece una eternidad, sin tener siquiera la radio encendida, y cuando ya distingue las luces de la ciudad en el horizonte, lo siente aclararse la garganta.

—Hay una 24/7 por aquí cerca —dice Leonardo, observando la hora. —¿Quieres pasar por un desayuno algo adelantado? Aunque no sé si tengan té del que te gusta…

—Me parece bien.

Y porque Aimée es buena observando y comprendiendo las sutilezas de las demás personas, Aimée intenta devolver la vaga sonrisa que él le dirige y se dice a sí misma que, por esta vez, no va a quejarse por el té que termine tomando.

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