19 julio 2011

And When They Clash

Título:  And when they clash, they come together
Personajes:  Aimée Reed, Leonardo Ramírez. Aims/Leo, kinda.
Advertencia:  Sobredosis musical. Precuela de Highway to Hell.


Su alarma gritaba las 10:30.

Mierda. ¿Qué día era? ¿Ya era 30? ¡Mierda!

Leonardo se viste con los primeros jeans que encuentra, olisquea una camisa del suelo para ver si aún está ocupable antes de colocársela y se calza las zapatillas a medio abotonarse la camisa, mientras camina a saltos hacia el ascensor de los dormitorios incorporados de la Organización.

Encuentra a Jorge en el área de recreación, tirando dardos al tablero en la pared, una coca-cola dietética en la mesa situada estratégicamente a su izquierda. Leonardo está seguro que esa mesa no va ahí y que Jorge debe haberse hecho amigo de alguien en mantenimiento para mover la mesa de fierro a su gusto, pero se decide a no comentarlo, y en cambio, toma tres dardos de la mesa (todos verdes, gracias). Cuando Jorge le pregunta qué quiere tan temprano en la mañana (y eso casi lo ofende, porque no siempre se levantaba tarde, sólo en ocasiones-la mayoría de las veces, ya; pero no es que no pudiera levantarse temprano si quisiera); Leonardo lo quita del medio, haciéndole un gesto con la mano para que se mueva.

Dos se clavan en el tablero. El tercero, en la pared, casi encima de un cuadro de una banda que no conoce y probablemente nadie conocía excepto el que había mandado a ponerlo. Leonardo suspira y considera que es mejor que nada, considerando la posición de los dardos de Jorge dificultando la tarea de asentarle al centro.

—¿Qué planes tienes? —le pregunta, después de sacar todos los dardos del tablero y pillar a Jorge observándolo como queriendo descifrar qué está escondiendo o planeando (y a veces, piensa que Jorge espera mucho de él y lo considera una especie de Daniel el Travieso en persona... pero eso sólo le hace no querer decepcionarlo en vez de probarle lo contrario).

—Aprovechar mi día libre. Mi primer día libre en un mes —responde Jorge, con la Coca-Cola de dieta en mano. —Con Antonia. A solas. Apenas salga de su entrenamiento. Lejos de acá. Bien lejos. No creo que tenga señal en el celular de lo lejos que...—

—Sí, ya entendí —se ríe él, sentándose sobre la mesa para observar cómo Jorge vuelve a tirar los dardos. —Si no te conociera diría que le vas a proponer matrimonio.

—Que la Anto no te escuche decir eso, no más. Le pondrás ideas en la cabeza —advierte Jorge, sonriéndose también. —Ahora, en serio, ¿qué quieres?

—Voy a un concierto —responde, y ante la mirada del otro, conociéndolo, se encoge de hombros. —Necesito un chófer.

—¿Concierto de quién?

—Kings of Leon.

—No me suenan —indica Jorge, tira otro dardo, lo mira de reojo y agita la cabeza. —Pregúntale a Alex. Y cámbiate la camisa al menos, apesta a químico.

—¿Ah? Yo no sentí...

—Porque anduviste en el sector de químicos. Créeme, apestas.

***

Alex le abre la puerta con el cabello mojado y una toalla apenas amarrada a la cintura. —¿Qué, qué pasa?

Interrumpido justo al momento en que iba a golpear por séptima vez (aunque eso lo multiplicaría por tres, viendo que hacía secuencias a lo Sheldon Cooper, porque nada hacía que alguien abriera más rápido que cuando se usaba la técnica de Sheldon Cooper), Leonardo tose quedamente.

—¿Ocupado?

—No. Osea, sí; digo —Alex se detiene, respira y continúa: —¿Qué pasa?

Leonardo hace una pausa, observa a Alex apretar los labios, cambiando el peso de un pie a otro, pero sin volver a hablar.

—Voy a un concierto. ¿Te tinca? —le pregunta, y al verlo hesitar, se apoya en el marco de la puerta. —¡Sería gratis! ¡Entradas gratis, cerveza gratis! ¡Música!

—¿Gratis, por qué gratis? ¿Cuál es el pero?

—Necesito un chófer.

—Entonces la cerveza gratis sería para ti. Igual no puedo —precisa Alex, se retuerce un poco. —Ya tenía planes, lo siento.

—¿Planes de qué?

—¡Planes! ¡Personales! —puntualiza Alex e intenta cerrar la puerta un poco más. Leonardo observa fugazmente dentro de la habitación y lo que ve por sobre la cabeza del menor no llama nada la atención, excepto por el sonido de la ducha corriendo desde el interior. —¿Eso es todo?

—Tienes el agua corriendo.

—Me estaba duchando cuando empezaste a golpear como loco.

—Deberías haberla cortado.

—Pensé que sería rápido, ¿ya?

—Pero si viniste corriendo, es porque pensaste que sería algo grave. No hubieras dejado corriendo el agua —deduce Leonardo, se sonríe solo. —¿Alex, tienes compañía? —pregunta sin miramientos y sin sorprenderse al ver a Alex golpearse la frente contra la puerta. —Si tienes a una...

—¡Lárgate, Lío!

Alex le cierra la puerta en la cara y Leonardo se ríe y vuelve a soltar una carcajada cuando escucha algo golpear contra la puerta desde adentro (podría ser un libro, pero Alex no eran de los que leían, así que quizá sería una zapatilla).

***

Vuelve al área de recreación, pero Jorge ya se ha ido. Compra un Snickers de la máquina, se prepara una taza de café y emprende camino de vuelta a los dormitorios. No piensa en Amanda ni Daniela, son muy chicas (y no importa que él sea sólo 1 año y 10 meses mayor). Cony ni siquiera es una opción, Antonia lo mataría. Por un segundo, se acuerda del par de agentes que duermen en su mismo piso, pero ninguno le cae muy en gracia y —

Aimée. Aimée estaba caminando por ese mismo pasillo, con la mirada gacha, fija en el libro abierto en las manos. Debía admitir que lo hacía bastante bien, considerando que logró esquivar dos personas que se le cruzaron en el camino sin moverse más que para cambiar la página.

Leonardo la alcanza, decidido y la llama: —¡Aimée! ¡Buenos días!

—Buenos días, Leonardo —responde la británica, tomada por sorpresa y sin bajar su libro. Lo observa por un segundo, se humedece los labios. —¿Sucede algo?

—¿Por qué todo el mundo cree que quiero algo o pasa algo cuando le hablo? —pregunta él, dejando escapar un bufido.

—¿Todo el mundo? —dice Aimée, inclinando la cabeza. —Imagino que ya tuviste esta conversación antes.

—Toda la mañana —le dice él. —¿Ocupada?

—Lo normal. Papeleo, unos cuantos informes que entregar...

—Ya, ya. ¿Harás algo esta tarde? ¿Tarde-noche? —le interrumpe, agitando la mano con el Snickers. —¿Te gustaría ir a un concierto? Concierto de música, Kings of Leon. ¿Te gusta la música cierto?

—Sí, me gusta la música —responde Aimée, pausando por unos segundos, sonriendo levemente. —Pero, ¿por qué me estás invitando?

—Ah, eso, bueno, nunca conversamos a menos que contemos las misiones como conversar y ¿cuánto llevas acá? ¿Cuatro meses? ¿Cinco? ¿No te parece infame que ni siquiera sepa si escuchas música? —dice él de tirón y continúa sin esperar respuesta. En su mano, hace girar el envoltorio de Snickers a falta de poder hacer otra cosa. —Bueno, creo haberte visto con audífonos alguna vez, pero podrías escuchar clásica o, o... no, en realidad tienes pinta de ser de música clásica, pero...

—Ya, ya —dice ella, imitándolo con una media sonrisa que le queda bien en el rostro. —¿A qué hora?

Y después, cuando Aimée se coloca detrás de la oreja el cabello que le cae sobre la mejilla, con el libro cerrado en las manos, Leonardo le sonríe y la observa fruncir el ceño.

—No quiero parecer descortés pero... —comienza y luego lo señala con la mano abierta—, ¿cuándo pasaste al sector bioquímico?

—Ayer, no sé qué hacían, pero explotó algo cerca. Me advirtieron que llevaría un rato en recuperar el sentido del olfato, pero supongo que eso sería unas horas o más —responde él, se sonroja un poco aunque no lo quiere. —¿Todavía...?

—Mm —asiente ella, reteniendo una sonrisa que él igual alcanza a distinguir antes que desaparezca. —Nos vemos, Leonardo.

Leonardo la observa continuar caminando y después vuelve a los dormitorios y se da una ducha de media hora, refregándose en jabón.

***

En el concierto, no le cuesta mucho pensar que no ha sido una mala elección.

Aimée le recibe la cerveza con una mano y cuando él le dice que ella es la encargada de manejarlos de vuelta, sonríe, haciendo hincapié de que ya lo había deducido. Leonardo se asegura de dejarle en claro que eso le hacía ganar méritos sobre Jorge y Alex, y Aimée vuelve a sonreír con esa media sonrisa tranquila, agitando la cabeza, como si lo hubiera anticipado.

Honestamente, no le molesta que se entere que es la última opción, porque al menos le ha funcionado y bien. Eso le basta.

Pero, cuando comienza el concierto y a la tercera canción la ve mover los labios al son del vocalista, decide que, en realidad, no podría haber sido mejor.

—No me dijiste que los conocías —le dice, inclinándose hacia ella para hacerse escuchar sobre el bullicio del concierto. Aimée se gira a verlo, y él deduce que pregunta ¿cómo dices? a pesar de no escucharle nada. Se repite a sí mismo, subiendo la voz aún más hasta hacerse escuchar.

Aimée se sonríe y, evitando tener que gritar, coloca una mano tras su oreja para hablarle al oído (y se pregunta por qué no se le ocurrió a él primero). —Nunca preguntaste.

Leonardo ríe. —¿Qué otras cosas debería saber que no te he preguntado? —dice y esta vez apoya su mano en la espalda de Aimée y se inclina a hablarle al oído sin molestarse en gritar innecesariamente.

No espera su reacción, y tras unos segundos, se vuelve a mirar el escenario, sonriéndose a sí mismo. Creería que la escucha reír, pero nunca la ha visto reír, así que hace a un lado sus divagaciones, porque la mera idea de que Aimée es capaz de reírse a causa de algo que él haya dicho es netamente estúpida.

***

Cuando aumenta el ritmo y reconoce los acordes iniciales de Sex on Fire, todos a su alrededor gritan con renovadas fuerzas y Leonardo disfruta el caos y la música palpitando. No se sabe toda y cada una de las canciones, por mucho que sean de sus grupos favoritos, pero recuerda esta relativamente bien. Se pregunta si Aimée también la conoce.

Entonces, al pasar el primer coro, bebe un trago de su cerveza y se gira a ver a Aimée para descifrar cuál exactamente es su opinión sobre la elección de letras, sonriéndose en anticipación (porque Aimée no parece ser de las que aprecien el contenido explícito de nada).

Y lo que ve, le hace guardarse el comentario, porque está cantándola y él no necesita tener la letra a mano para recordar qué exactamente significa lo que dice la canción.

—¿Qué? —le ve decir, más que escucharle. Leonardo se toma un segundo y vuelve a beber de su cerveza. Se encoge de hombros, sonriéndole mientras la observa a ella sujetarse el pelo con una mano, a falta de un elástico.

Él devuelve a su atención hacia la banda, pero no logra evitarlo y la mira de reojo, y después, no intenta disimular, viendo a Aimée con los ojos cerrados, sujetando su botella de cerveza sin alcohol contra el cuello y afirmándose de la baranda con la otra mano, los dedos agitándose contra el metal al ritmo de la música.

No, no está mirando su perfil y como su piel brilla con una leve capa de sudor por el recinto cerrado y el humo y el calor y la gente y ésta no era Aimée, porque la Aimée de siempre jamás le había parecidotanincreíblementefemeninaysensualy—

—En serio, ¿qué? —repite Aimée, una media sonrisa de extrañeza y qué mierda, quizá ahora pensaba que estaba loco.

Leonardo ríe e intenta no volver a verla por el resto de la canción, porque obviamente, esto era todo culpa de las palabras y del ritmo de la canción, y de la locura colectiva que parecía afectar a la gente.

***

Cuando cualquier idea bizarra sobre Aimée le escapa la mente, la ve nuevamente sujetándose el pelo con una mano. Le toma unos segundos, pero busca en sus bolsillos hasta encontrar un elástico y se lo pasa, indicándole el cabello. Espera unos momentos, pensando que quizá no lo aceptará (porque, así eran los británicos, ¿no?) pero Aimée se lo arrebata de la mano y le tiende su botella de cerveza sin alcohol para que se la sostenga, con expresión de alivio.

Entonces, en vez de devolverle su botella vacía y tibia, él termina su tercera Heineken y le ofrece la botella aún helada. No alcanza a fijarse si acaso la ocupa para enfriarse el cuello o no, porque estaban empujándola, así que Leonardo la toma de un brazo para intercambiar lugares antes de volver a dejarse llevar por la música.

Y horas después, se sienta de copiloto, agotado, cansado, con ganas de ducharse y hambriento, y va a entablar conversación, porque no puede evitarlo, tiene que hacer algo o se dormirá y no le gusta mucho dormirse cuando no conoce bien cómo conduce el chófer de turno; pero la observa manejar con el cabello tomado, su mano derecha tamborileando al azar sobre su pierna, los ojos vagando entre los retrovisores cada cierta cantidad de segundos y ya cree saber qué tipo de conductora es, así que decide no decir nada y fija la vista adelante.

No se duerme, pero cree poder ser capaz de hacerlo si ocurre alguna próxima vez.

***
[bonus track]

Año Nuevo 2008.

En el techo del hotel, Leonardo le coloca un gorro estúpido a Alex; hace brindis con todo aquél que se le cruce; intenta bailar con Antonia para ver la reacción de Jorge y recibe un empujón de este último; no escucha un reclamo de Daniela por algo que ni recuerda; le da su primer abrazo del año a Amanda y le da un topón a Siver por un desafío de Cony.

Siver le da su primera cachetada del año, aunque no tan fuerte, y después se disculpa y dice que fue una estupidez porque Cony todavía está en esa edad y él no está en condiciones de negarse, así que lo perdona y le da su primer beso en la mejilla del año, también.

En algún momento, escucha Kings of Leon sonando por los parlantes y se detiene. Encuentra a Aimée conversando con Jorge, riéndose, serpentinas en el cuello, confeti en el cabello. Se acerca y le pasa un brazo por los hombros, la besa en la mejilla y le desea Feliz Año. Aimée lo reciproca sonriendo, una cerveza en la mano.

Después, llega Alex y al ver lo que bebe la británica, la regaña y le arrebata la botella, instándola a inaugurar el nuevo año y su primer Año Nuevo en Chile como la gente, mirándolo a él y haciéndole una seña para que vaya al bar.

Leonardo le prepara un trago sin realmente pensar en lo que está haciendo y cuando Aimée lo prueba y dice que le gusta, él vuelve a reír, volviéndose a hablarle a Jorge y sin fijarse en que su brazo está de nuevo sobre los hombros de ella.

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