17 diciembre 2013

On Fire (2)

Título:  On Fire (Parte 2)
Personajes:  Leonardo Ramírez, Director James, un par de extras inventados. Aims/Leo implicado.
Advertencia:  Continuación de BGM 5: On Fire.


No tiene puta idea de cómo llegó al aeropuerto privado. No tiene puta idea de cómo logró hacerse con un celular, llamar a Chile y cobrar un favor a un conocido de su peor época. No tiene puta idea de qué hizo en todo ese tiempo muerto, mientras esperaba el jet y sus pensamientos corrían a mil por hora; pero recuerda con brillante nitidez el haberse subido, espetado un par de órdenes y haberse ido corriendo al estrecho baño.

Después de vomitar, se enjuagó mil veces la boca y se tomó al menos dos litros de agua al seco, pero seguía sintiendo la acidez en la garganta quemándole cada que tragaba, sentado frente a una de las diminutas ventanas de la aeronave. Leonardo se aferra al malestar como un salvavidas, un conducto a tierra para mantenerse despierto; y luego, para mantenerse concentrado en algo más que no sea Aimée.

Estúpida, necia, sobre-calificada Aimée y su maldito hábito de guardarse las cosas.

Leonardo se deja el casco entre los pies, acalorado, se quita el cabello pegado en la frente y luego, en un acceso de frustración, se tira las raíces hasta que duele y aprieta los labios con rabia contenida.

Qué mierda. No es que Aimée se guarda las cosas, es que no se las dice a él.

Y ahora... Puta, ahora, qué mierda, piensa y se tironea el pelo unos segundos más.

Después, exhala largamente, cierra los ojos y deja caer la cabeza hacia atrás; intenta relajarse. Cuando eso no funciona, intenta calmarse. Eso no lo lleva a ningún lado, así que manda sus nervios a la mierda y decide concentrarse en sus próximos pasos.

Cuando aterrizan en Londres, no es en OMAS, y el corazón le da un vuelco al darse cuenta que todavía le queda por recorrer antes de poder hacer algo.

En dos segundos más, decide que no hay modo de pasar desapercibido con la ropa ni el arma y, aunque se levanta para bajarse, se queda inmóvil en donde está, intentando por todos los medios de llegar a una solución – no tiene que ser gran cosa, lo que sea, cualquier cosa con tal de llegar pronto a...

Como si leyéndole el pensamiento, el piloto, con un fósforo colgando entre los labios, le tira un bolso a los pies y se encoge de hombros.

—Ropa que quizás te quede y donde guardar tus cosas. Cámbiate. Te tengo una Yamaha atrás.

***

Casi lo matan al llegar a la ciudad, no más porque, con lo apurado que está, se le olvida que los británicos conducen al otro lado y que conducen a la pinta de cada uno. Además de gritarle un par de garabatos en español a los dos conductores que se le cruzan, está demasiado ansioso como para preocuparse.

***

Con su inglés roto, su apariencia desordenada y la Yamaha estacionada en plena recepción, no debería sorprenderle que no lo quieran dejar entrar. Ni siquiera se le pasa por la cabeza mostrar su identificación, olvidada en el bolso con su uniforme.

Pero entonces, entonces cuando está a punto de amenazar al recepcionista, aparece James, vestido con un traje que debe valer su resto de libras y alzando una ceja de manera casi imperceptible, el desapruebo palpable en su gesto. Igual a Aimée.

Leonardo traga saliva y no dice nada cuando James le habla al recepcionista para aclarar la situación. O eso cree. Al menos, termina caminando con el mayor por pasillos iluminados con olor a limpio.

Intenta darse a entender en inglés, pero James lo interrumpe a las tres palabras con un español perfecto, aunque cargado al argentino: –Español está bien.

—Aimée —responde Leonardo, idiotamente; se humedece los labios para intentar ganar un momento más para ordenar sus ideas. —Está en problemas.

—Continúa.

Leonardo explica lo poco y nada que sabe en oraciones apresuradas y frases entrecortadas. Le cuenta de la misión conjunta a Siria, la pérdida de contacto con OMAS al día después de llegar al punto de contacto, la (estúpida, estúpida) decisión que tuvieron de separarse para establecer un perímetro cuando fueron emboscados, la interferencia entre sus radios. Le cuenta de la despedida de Aimée, su orden de volver al punto de encuentro. Le cuenta que la esperó tres días más del único acordado, mandando al diablo el protocolo estándar.

No le cuenta de la pesadez que tiene en el estómago, ni las ideas que circulan en su mente, ni la sensación que tiene de que algo se fue a la mierda desde el momento que llegaron a la casona desocupada. Pero si no lo dice, debe notársele, si la expresión de James es indicio alguno.

El Director de la sede llama a alguien por un medio que escapa su percepción y en menos de dos minutos de que termine de hablar, llega un uniformado con una bolsa en mano, que le entrega sin decir nada antes de irse.

—Sector H, piso 3 —dice James y le entrega una tarjeta plástica, junto a un cepillo de dientes. —Vete a dormir.

Piensa rebatirle, pero entonces — entonces recuerda que esto no es Santiago ni Chile, que éste no es un superior que lo rescato de las calles, de las carreras ilegales y de unos años en prisión; éste es James, éste es Londres, éste no es su lugar.

Leonardo asiente, se muerde la lengua y se larga.

Se demora una hora entera en encontrar el puto Sector H.

***

Tres interminables días después, lo mandan de vuelta a Santiago.

No tiene nada.

No le dijeron cuál fue el resultado de la investigación de la misión fantasma; no le dijeron qué es de Aimée; no le dicen si acaso hay una misión de rescate — ni siquiera si es que piensan plantear un rescate.

Intentó hablar con James cuatro veces, a la quinta le mandó un rosario al guardia que le impedía el paso, se cabreó y se marchó. Intentó contactar a Jorge y no quisieron darle un maldito teléfono.

La última noche se fumó una cajetilla entera sin darse cuenta de que lo había hecho ni que la había comprado siquiera, hasta que alguien lo encontró en el techo y lo hizo apagar el cigarrillo que tenía en la mano para corretearlo hacia una sala de conferencias donde un agente de alto rango, cuyo nombre nunca supo y autoridad jamás descubrió, le dio la orden de volverse a casa. Así. Sin nada más.

Su primera reacción de pensar si acaso le estaban tomando el pelo lo dejó estupefacto por unos minutos; y después, después lo mandaron a un vuelo privado con un agente que no abrió la boca ni movió un dedo más que para entregarle un sobre con los detalles que debía develar (que eran nada) sobre lo que sabía (que era nada) porque el caso había sido marcado como clasificado.

Llega a su habitación vacía a las tantas de la madrugada, se sienta en el suelo y su cabeza, como nunca, se queda en blanco.

***

La versión oficial es que la misión fue un ensayo con resultados conflictivos y la repentina transferencia de Aimée a Inglaterra para entrenar a un nuevo equipo de 021 es un avance en su carrera. El resto son detalles que no les entregan, por mucho que él pregunte por su parte; por mucho que Alex pida viejos favores por el suyo.

Jorge, sin preguntarle nada, deja de mencionar a Aimée en tres semanas. El resto del equipo hace preguntas por un tiempo más, hasta que se aburren de su reticencia y siguen su ejemplo.

A los seis meses, ante su respuesta estándar de es información confidencial, Alex le rompe la nariz de un golpe.

***

No tocan el tema. No hay disculpas, no hay más preguntas.

Al año, incluso Alex deja de mencionarla.

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