07 enero 2014

On Fire (3)

Título:  On Fire (Parte 3)
Personajes:  Aimée Reed, Leonardo Ramírez, Jorge Valenzuela, Alex Card; cameo de Siver. Leo/Valentina, Aims/Leo implicado.
Advertencia:  Continuación de On Fire (2). Ocurre después del BGM 8: 9 Crimes.


Casi cuatro años después, cuando la ve, al regresar de un operativo en Olmué, Leonardo se detiene en seco, da media vuelta y se manda a cambiar.

Su mente corre a mil por hora con una ambivalencia que ni siquiera procesa y que, en esos momentos, tampoco le importa. Lo que importa es largarse, largarse rápido, y qué mierda importa lo que piense el resto del equipo.

***

Jorge lo encuentra en hora y media.

No le sorprende porque es Jorge y no por nada es su superior, pero sí deja mucho que decir sobre sus propias capacidades de... bueno, de escape.

—¿Estás bien?

—¿No debería? —responde, y ante la expresión del otro, se encoge de hombros. —Me importa un...

—Lío, diga lo que diga la agencia, Aimée desapareció sin decirle nada a nadie ni dar explicaciones; creo que sí te importa lo que pasó, considerando las circunstancias en qué ocurrió y lo que tenían.

—No teníamos nada —puntualiza él y apaga el cigarrillo contra la baranda de la azotea—, a pesar de lo que diga Alex, si él es tu informante.

Jorge se sonríe. —Como quieras. ¿Llamaste a la Vale para avisarle que volviste?

—Ah, mierda.

Busca su celular en los bolsillos, deja escapar otra maldición cuando no lo encuentra, e intenta no incomodarse cuando ve que Jorge tiene una palma extendida hacia él, el aparato en ésta.

—Gracias.

—Postergué el informe de la misión hasta mañana a las ocho —dice Jorge y se levanta, le da una palmada en el hombro. —Vete a dormir.

***

Vuelve a las tres.

Encima de la mesa de centro, encuentra una botella de tapa azul y el logo SVEDKA en letras del mismo color, un listón verde atado al cuello y una etiqueta blanca colgando. No necesita firma alguna para saber de quién es la letra.

Por las Navidades pasadas.

Abre la botella, huele el vodka, toma un sorbo y se va a acostar.

***

La verdad es que no se engaña ni a sí mismo.

Intentó convencerse de que lo que tenían era fácil, simple; sabiendo que, si bien entre el primer Año Nuevo y el segundo que pasaron juntos en ese entonces sí había sido solo un desliz, los meses después, las salidas, las noches en que se quedaba en su habitación, el par de escapadas fuera de Santiago e incluso la desastrosa visita que le hicieron a su familia en Londres, cuando conoció a James, eran obvias señales de algo más.

No tenía por donde perderse, si hasta Cony lo sabía.

***

Aimée es buena en lo que hace. Siempre lo ha sido, probablemente seguirá siéndolo donde sea que esté. Es por eso que no debería sorprenderle el que lo acorrale en el casino, en medio de la hora de almuerzo, en presencia de todo el mundo. Incluso si nada en el ambiente dice que está acorralado.

—¿Podemos hablar? —dice ella, la voz queda y el semblante tranquilo, que a él le hierve la sangre.

—¿Ahora?

—Si no es molestia, sí.

—Bueno, ahora estoy comiendo, así que...

Aimée tuerce los labios y él la mira, se encoge de hombros en respuesta a una pregunta que aún ni ha hecho; luego ella cruza la mirada con alguien a sus espaldas, asiente y se sienta en frente suyo, las manos cruzadas sobre la mesa.

—Te espero.

Cuando baja la mirada hacia sus manos para juguetear con un anillo inexistente en los dedos, Leonardo la observa mientras bebe de su mineral, decide imitar a Cony cuando sirven garbanzos y come lo más lento que ha comido jamás en su vida.

Va en la mitad del postre cuando siente vibrar su celular y ve un número desconocido en la pantalla.

—Lo siento, voy atrasado, tengo que correr —le dice al ponerse de pie, recogiendo la bandeja. No espera a ver su reacción, vacía la bandeja y sale a medio trotar del casino, dándole una mascada al pan a medio terminar que lleva en la mano y escuchando una grabación de Movistar ofrecerle un nuevo plan que no tomará.

(No, esta vez no está huyendo.

Está esperando ver qué juego están jugando ahora.)

***

La semana siguiente, apenas se sube a la van negra que le ha asignado OMAS, Alex se sube al asiento del copiloto sin pedir permiso y se abrocha el cinturón antes que él pueda decirle que se largue.

—¿Sí?

—Vamos al Bella —dice Alex, abre la ventana y saca un brazo. —Yo invito.

Leonardo sonríe sin decir nada. En media hora, la semana entera de conversaciones tensas e indirectas directas entre ambos, se esfuma.

Es increíblemente conveniente que Alex tenga a alguien que vive cerca que los deja quedarse la noche, considerando cómo una cerveza se convierte en tres, tres en siete y cuando comienzan con el pisco, deja de contar.

—¿Vas a evitarla para siempre? —pregunta el menor cuando están tirados en el living. —¿O quieres devolverle la moneda así?

Leonardo respira, se rasca la cabeza y se encoge de hombros, por costumbre. —Un poco de las dos.

Alex se ríe. —Buena suerte, porque Aimée tiene una paciencia de oro. No lo sabré yo, con las que me he mandado.

—Sí, lo tengo claro —dice él, bosteza. —Ya le hablaré cuando vuelva de Chillán.

Empieza a dormirse, cuando Alex le patea el costado.

—¿Eso es en un mes, cierto? —pregunta el menor, pero no espera respuesta. —¿La hermana de la Valentina no se casa en dos semanas?

—Una y media.

Si acaso Alex quiere preguntar algo más al respecto, no lo hace; y él prefiere dejarlo así.

Claro que, a los cinco minutos: —Así como vas, le harás honor a tu apodo, Lío. —Y como sin poder aguantarse, Alex suelta una carcajada. —Debiste quedarte soltero.

—Técnicamente, la Vale me pateó hace como seis meses.

—Técnicamente, nunca le dijiste a Aimée que la querías.

—Duérmete, Alex.

***

Al volver de Chillán, Valentina le retira la palabra por una semana entera. Así que a la segunda semana, acepta ser parte una operativo en Talca que debería tomar apenas 20 días y le deja un mensaje en el buzón de voz por su ausencia.

Recibe de vuelta un SMS diciendo «Que tengas buen viaje» y lo considera una victoria.

Cuando llega el ascensor que esperaba, se abren las puertas para dejar ver a Aimée adentro. La británica le dirige una media sonrisa al quitarse del medio y él la saluda con la mano al subir. No le dice nada y ella no intenta hablarle antes de volver la mirada a su celular.

Cuando se baja, le da las buenas noches y no espera recibirlas de vuelta, pero lo hace.

***

Siver va con él. Pasan tres horas encerrados en un edificio casi en ruinas y luego media hora intentando salir cuando algo sale mal y Siver reconoce las señas de una trampa que casi los manda a volar en pedazos.

Cuando vuelven al cuartel de Talca, llegan las noticias del atentado en la central de Santiago y apenas necesita cruzar una mirada con Siver al escuchar que hay 30 heridos, para devolverse al estacionamiento y largarse.

Si Siver se da cuenta que pasa el límite de velocidad más de una vez y que llegan a la capital en tiempo récord que ni él debiera haber logrado, no lo dice; o quizás, con la preocupación y los intentos fallidos de contactar a Alex o Antonia, ni siquiera lo nota.

Aimée es parte de la guardia a la entrada de OMAS y los sigue a pie cuando entran, entre los otros tantos vehículos de agentes reportándose.

—Jorge está en cirugía y Antonia está en el ER. Alex debe estar con ella ahora —les dice, nada más salen del auto, el fusil al hombro y una venda alrededor de la cabeza.

Siver no necesita mayor información antes de salir corriendo hacia el interior de la sede y Leonardo frunce el ceño y toca la venda en la cabeza de Aimée, casi por inercia.

—¿Qué sucedió?

—Fue un doble atentado —responde ella, girando el rostro hacia la entrada y dejando a la vista un moretón que apenas empieza a formarse. —Jorge estaba en el sitio del suceso durante el primer asalto. Cuando llegó el equipo médico ocurrió el segundo asalto, a Antonia la explosión le alcanzó un costado. A Alex le cayeron escombros en una pierna, pero no creo que haya sido de cuidado, no tuvieron que sedarlo ni tratarlo mucho.

—¿Y a ti?

—No es nada —dice Aimée. —Me alcanzó un poco de metralla en el contraataque.

—Gajes del oficio —dice él, y recuerda una ocasión anterior en que así lo denominó ella, antes, cuando eran algo que no era mucho al parecer.

—Gajes del oficio —repite ella y sonríe; y si acaso tiene un déjà vu con sus palabras, no lo sabe.

Y entonces casi la besa.

Después se acuerda que nunca fueron realmente pareja; que, si acaso antes lo supo, ahora no tiene idea alguna de quién es ella; se acuerda que la buscó semanas enteras sin ayuda de nadie, solo para golpearse con puertas cerradas; se acuerda que —sin importar las circunstancias y atenuantes pertinentes— ella desapareció sin decirle palabra a nadie.

Más que nada, se acuerda que las cosas han cambiado. Se acuerda que tiene novia o algo parecido a eso; que ya no es un pendejo de veintidós y que no está para éstas.

Cuando da la vuelta para irse a ver el resto del equipo, Aimée no lo detiene.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario