18 enero 2014

On Fire (4)

Título:  On Fire (Parte 4)
Personajes:  Aimée Reed, Leonardo Ramírez, entre otros. Leo/Valentina, Aims/Leo implicado.
Advertencia:  Continuación de On Fire (3).


Al día siguiente, trasladan a Antonia a la UTI. Al segundo día, Jorge cae en coma. El tercer día cae la torre Entel y Santiago se va a la mierda.

La semana después, cuando está apostado en el Parque Bustamante en un equipo diezmado y liderado por Aimée, llega por radio el aviso del ataque al Museo de Bellas Artes y que con el alcance de la bomba no ha de acudir ningún agente; que dejen a los bomberos lidiar con los resultados del incendio.

Aimée lo ataja en un momento y es solo entonces que se da cuenta que se ha puesto de pie. —Deja las armas, Leonardo.

Casi en automático, se quita el chaleco antibalas, deja el fusil, la navaja y la pistola que alguna vez le regaló Alex. Se queda solo con el uniforme de combate y la identificación de OMAS colgada al cuello.

Aimée le toma las manos, le deja un radio y las llaves de su propio jeep. —Ten cuidado. —Y se muerde los labios un momento, frunciendo el ceño. —Buena suerte.

***

Llega al Bellas Artes junto a una decena más de civiles buscando a familiares refugiados. Estaciona sin importarle donde, ni que con el caos que reina en la ciudad peligra el perder su única vía de escape; pero con el estado que corre su mente, no alcanza sino a vislumbrar lo que aparcar en la mitad de la calle significa, cuando ya está corriendo hacia el incendio.

No alcanza a ir muy lejos, lo detiene la cinta de seguridad que han puesto y un bombero que lo detiene quizá solo porque le ve el uniforme militar.

—No queda nadie —le dice, en voz baja; mientras otro que debe ser su superior, habla por un altavoz para calmar al resto de gente. —Es inútil.

—¿A cuantos sacaron?

El bombero sacude la cabeza, sin decir nada, y se aleja a tratar a alguien más.

Leonardo empuña la cinta de seguridad con ambas manos, dos segundos, trece, veinte. Inhala, exhala, intenta controlarse, no lo logra y se larga.

***

Cuando vuelve a su puesto en la casa de seguridad, el agente en la entrada no da señas de verlo siquiera, probablemente en pos de ignorar el rompimiento de órdenes que ha hecho. Sube al segundo piso, donde han improvisado un dormitorio, una cocina y una enfermería en la semana entera que llevan ahí encerrados a la espera de algo.

Otros dos agentes que les han asignado están junto a la cocinilla. En la enfermería, nadie. De Alex, ni señas. Ve a Aimée durmiendo en un sofá del dormitorio inventado, el más alejado, en un rincón, el fusil a un lado y la chaqueta del uniforme en el respaldo.

Se sienta en una butaca, cierra los ojos y suspira, intenta dormir por dos minutos antes de darse cuenta que no lo logrará por mucho que lo intente; así que se olvida de eso y coloca el rostro en las manos, se tira el cabello e intenta mantenerse en control.

—¿La encontraste?

Leonardo agita la cabeza, se tironea el pelo un poco más e inhala largamente.

—Es posible que no estuviera entre el equipo médico de turno —dice Aimée, suavemente.

—Es posible —dice él, pero no lo cree ni una pizca, teniendo en cuenta su último contacto con Valentina.

Cuando escucha movimiento, levanta la vista para verla sentarse en el sofá, las piernas recogidas a su lado y el ceño fruncido levemente.

—Tenía turno hasta mañana —dice, antes que ella intente consolarlo siquiera; se corre las manos por el pelo una última vez y termina con ambas palmas entrelazadas frente a su rostro, ambos codos sobre las rodillas. —Aimée, estaba de turno desde ayer, no es posible que...

Se interrumpe para respirar hondo y lo deja estar. Vuelve a tirarse el pelo porque es lo único que parece controlar.

—Ven —dice Aimée, la voz suave, y no es una orden, pero él le hace caso por inercia, porque siempre le ha hecho caso, incluso cuando no debiera; llega a su lado y se sienta; y cuando Aimée lo abraza, también la deja sin protestar.

A los tres segundos, la abraza de vuelta y su mundo se va a la mierda; en medio minuto se desmorona.

***

Leonardo despierta a las 3:08, cuando escucha a Aimée hablar por lo bajo por el radio, de pie junto a la ventana y una taza humeando en mano, extrañamente sostenida por los bordes. Él se sienta en el sofá, se refriega el rostro para quitarse el sueño de los ojos e intentar ordenar su cabeza.

Aimée se voltea a verlo, camina hacia él y le ofrece la taza; él la toma sin decir palabra y la escucha despedirse de su interlocutor, que suena demasiado como Cony para ser coincidencia.

—Nos toca guardia en veinte —dice Aimée, hace una pausa y le acaricia la sien por unos segundos. —Yo bajaré ahora.

Se toma diez minutos, se traga el café casi helado de un solo trago y baja, buscando inútilmente por un cigarrillo que no tiene en los bolsillos. En el primer piso, los dos agentes de turno no más al mirarlo se levantan y suben, sin siquiera importarles que aún no es hora del intercambio.

Aimée, que lidera el equipo en ausencia de Jorge, no dice nada por reprocharles. En cambio, se levanta de su silla junto a la mesa, se dirige al frontis de la casa y se aposta en el marco de la puerta, mirando por la ventana. Casi como una idea tardía, se da vuelta a mirarlo.

—Hay una cajetilla de Lucky Strikes sobre el estante allá atrás —dice, y le indica a sus espaldas. —Creo que Alex la dejó ahí como para que yo no la encontrara.

Apenas termina de hablar y ya tiene un cigarrillo en los labios, buscando con qué encenderlo y sin poder encontrar un encendedor ni una caja de fósforos. Por el rabillo del ojo ve a Aimée agitar la cabeza y reacciona por instinto al verla arrojar algo y ataja el encendedor negro en el aire.

—Me lo devuelves —le dice antes de volver a observar por la ventana. —Tienes cinco minutos.

Se fuma dos cigarros al hilo en el patio de la casa segura, intenta no vomitar cuando va a mitad del tercero. Cuando acaba ese, le tiritan las manos y le sudan las palmas. Se entra, guardándose la cajetilla en uno de los bolsillos vacíos del uniforme, y Aimée no dice nada por su retraso.

Leonardo se aposta al otro lado de la ventana, después de guardarse sus armas que seguían en la mesa donde los dejó la noche anterior, y se dispone a esperar.

***

Cuando los relevan, apenas se da cuenta que Alex ha vuelto de donde sea que estuviera, tan ensimismado está. Alex no dice ni pregunta nada y es eso mismo lo que lo delata, ya debe saber lo que ha pasado.

Sigue a Aimée al patio, la ve ponerse en cuclillas y estarse quieta con el radio, silencioso, en manos.

—Necesito salir de nuevo —le dice él y el que no se sobresalte al saberlo a sus espaldas no le sorprende, después de todo, nunca pudo tomarla por sorpresa antes tampoco. —Tengo que ir a ver a su familia y decirles... decirles lo que pasó.

—De acuerdo —responde Aimée y se pone en pie.

—Y necesito que me transfieras —dice, corriendo la mirada, y antes que Aimée pregunte, se explica: —No puedo trabajar contigo, no ahora.

Aimée asiente. —De acuerdo —repite y ladea un poco la cabeza, humedeciéndose los labios de una manera familiar, que ha visto mil veces, en ocasiones cuando estaba pensando en serio y otras cuando él finalmente lograba que dejara de hacerlo. Y el recuerdo lo incómoda, ahora más que nunca.

—El equipo donde está Siver tiene un 016 novato, puedo mandarte allá. Están en Quinta Normal.

Leonardo se encoge de hombros; el lugar le da lo mismo, casi, lo que quiere es irse cuánto antes.

—Retírese, cabo —dice Aimée y vuelve a darle la espalda. —Será mejor que no estés acá cuando lo informe.

Aimée no le desea suerte ni le pide que tenga cuidado, pero, después de todo, él tampoco lo hace. En cambio, vuelve a la entrada, se hace de nuevo con las llaves del jeep asignado a Aimée y no responde cuando Alex le pide que no haga algo estúpido.

Ni siquiera se le había cruzado por la cabeza hacer algo.

Claro que, después, cuando ya va en el auto en camino a Providencia para dar las noticias, entonces sí que lo piensa; pero es difícil, teniendo en cuenta que no saben siquiera quién es el enemigo ni qué es lo que busca.

Puede querer venganza, pero no tiene contra quién dirigirla, así que querer hacer algo estúpido es lo estúpido en este escenario.

***

Doce días después de su transferencia y cinco de haber movido a la familia de Valentina a una casa segura en Lonquén, Plaza Italia es blanco de un ataque aéreo.

Cuando escucha en el radio que la unidad de Aimée es una de las presentes en sitio, Leonardo apenas siente a Siver sujetarse de su brazo para evitar tropezar, lo que siente es cómo el alma se le cae a los pies y, después, cómo se le escapa el aire cuando empieza a correr sin importarle un comino lo que dice el capitán a mando de su equipo.

***

—¡Lío! ¡Espera!

Leonardo no deja de correr, pero vuelve el rostro para ver a Siver corriendo detrás suyo, el rostro colorado por el esfuerzo de mantener su paso.

—¡Devuélvete, Siver!

—¡No seas idiota! —le espeta ella, sujetándose un costado; pero a él no le interesa, lo que quiere es moverse y rápido. Quién la manda a seguirlo. —¿Cómo piensas llegar a Baquedano? ¿A pie?

—Si tengo qué.

—No seas idiota —repite ella y logra alcanzarlo para tirarle de un brazo y obligarlo a detenerse. —Necesitamos algo con motor, podemos encender alguno si lo encontramos, pero ¡tenemos que buscarlo!

—Ya —dice él, se toma dos segundos para ordenar sus ideas. —Ya. Tienes razón.

—Suele pasar —dice ella, pero no sonríe. —Sueles manejar mejor las situaciones de estrés, ¿qué te sucede?

Leonardo la ignora, emprende un trote ligero y no se detiene hasta que encuentra lo que busca. No tiene que decirle a Siver que se suba al Yaris cuando lo enciende, ya está dentro apenas lo escucha andar.

***

Dejan el auto a cinco cuadras de Plaza Italia, es lo más que se atreve a acercarse sin saber qué sucede y sin radio para enterarse. Entre él y Siver hay poca diferencia en experiencia, pero en esos momentos, no le interesa seguir el protocolo y a ella no parece importarle no estar al mando.

A dos cuadras de la Plaza, por la Alameda, le hace señas para que continúe avanzando cuando siente que alguien lo toma por la espalda y lo arroja contra el edificio que planea rodear, haciendo que el casco golpee contra el muro y pierda la respiración por unos instantes.

—¿Qué mierda hacen aquí, Leo? —pregunta Aimée, sin su casco y con el rostro herido nuevamente, sangre seca en todo el lado izquierdo. —¡Debías esperar órdenes con tu equipo!

—¿Estás bien?

Ella frunce el ceño, todavía empuñando el collar de su uniforme con ambas manos. Después, lo observa fijo, luego a Siver y lo deja ir. —Vamos, no es seguro aquí.

Los guía hacia la calle de enfrente, el edificio medio en ruinas con plena vista a la esquina donde habían aparecido obvia señal de cómo los había encontrado tan rápido.

—¿Los demás? ¿Y Alex? —pregunta Siver al cruzar el umbral y ver a Aimée dirigirse a uno de los cuartos aún en pie.

—Perdimos a un agente con la primera bomba. Nos separamos de los otros dos cuando vimos que un equipo casi entero quedó atrapado en la explosión. Alex está recorriendo el perímetro; su radio dejó de funcionar tras la explosión y el mío está con interferencia.

—¿Cómo en Siria? —pregunta él.

—Sí, igual —responde Aimée, se voltea a mirarlo frunciendo el ceño. —Deben haber ocupado un pulso EMP o algo similar para afectar las ondas de corto alcance también.

Y Leonardo casi quiere reírse, porque la ha visto fruncir el ceño tan seguido últimamente que le recuerda a otros tiempos, mejores tiempos, más fáciles; que casi se siente como volver al pasado cuando las cosas no estaban tan jodidas, cuando él tenía más claro lo que sentía y Valentina no — Valentina no estaba...

—Descansaremos hasta que vuelva Alex, dependiendo de su informe nos movilizaremos en seguida o esperaremos al amanecer —dice Aimée y luego lo señala con un dedo y con la cabeza indica hacia sus espaldas. —Tú, conmigo.

No tienen ni que salir del edificio para llegar afuera, el cuarto de atrás tiene una perfecta salida hacia la calle gracias a la pared medio derrumbada, y Aimée lo obliga a seguir por un par de casas más antes de detenerse bajo el techo de un restaurante caído casi por completo, lo que ayuda a esconderlos de ojos indeseados.

—Desobedeciste órdenes deliberadamente —dice Aimée y empuña ambas manos. —Me pediste que te transfiriera, Leonardo, y lo hice porque creí que de verdad era lo que querías. ¿Por qué viniste? Cuando central se entere, aunque no sea yo quien lo informe, no te dejarán pasar esto igual de fácil que la última vez.

—Aims, escucha.

—No, no me vengas con Aims, quiero una explicación —interrumpe ella y refuerza sus palabras dándole un golpe en el pecho con el dedo a cada que dice una. —Más vale que sea buena.

No tiene una buena excusa, no; pero tiene la verdad y es mejor que nada.

—La Valentina está muerta —le dice él, se encoge de hombros solo por costumbre y no sabe cómo interpretar su expresión al escucharlo. —Y no pude hacer nada al respecto porque OMAS no quiso asignarme a resguardar el Museo. Ahora pensé que tú ibas a estarlo también y tenía que asegurarme si era así, y si no... si no, tenía que estar aquí para evitarlo.

Termina de un tirón y luego se quita el casco y se rasca la cabeza un segundo, se limpia el sudor del rostro con el dorso de la mano y ésta en el pantalón.

—Eso.

Aimée se cruza de brazos y es entonces que él nota la rasgadura de la chaqueta en el antebrazo y la herida sangrando debajo.

—Está bien —dice ella, al fin. —Está bien.

Leonardo exhala y ni siquiera intenta sonreír, a pesar de que es una mejor reacción de la que esperaba. Cuando Aimée asiente y se encamina de vuelta al edificio donde están resguardado los demás, él la sigue y vuelve a colocarse el casco.

Al volver, Alex aún no ha llegado.

Siver está en un rincón utilizando un aparato que ni intenta reconocer, el radio inútil de Alex en una mano; posiblemente intentando recobrar la señal. Aimée se sienta contra una pared y cierra los ojos, tratando de descansar, y él la observa dormitar, desde el otro lado del cuarto y haciendo guardia aunque no se lo haya ordenado.

Juguetea con la pulsera de plata que ocupa bajo la ropa, que alguna vez le regaló Valentina y de la que cuelga una cruz y una rueda. Sostiene la cruz con dos dedos y, aunque no es creyente, da las gracias, aunque no sabe a quién se las está dando ni por qué.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario