15 febrero 2010

Highway To Hell (2)

Título:  Highway To Hell (Parte 2)
Personajes:  Aimée Reed, Leonardo Ramírez.
Advertencia:  De nuevo, crack. No pretende ser serio. Ni oficial. Pero me gustaría. Continuación de Highway to Hell.

Valparaíso, Chile
3 de Enero, 2009
11:14 PM


Si James fuera a enterarse, estaba segura que la hubiera mandado a buscar con todo un equipo de agentes y llevado de vuelta a Londres antes que pudiera decir «Alto» o ni siquiera eso. Así que su amenaza a Leonardo, un año atrás, era completamente falsa y jamás se atrevería a llevarla a cabo; menos teniendo en cuenta lo que había pasado dos días atrás (y que esta vez no podía culpar a los infames tragos suyos ni a Alex y su "celebrar como corresponde").

Camina tras los demás, con paso lento, cansado. La mirada en la arena tan sólo a unos metros de distancia. Escucha a Siver y Alex discutir por una tontería, a Jorge conversar con Leonardo, a Antonia hablando por el celular con Cony, que habían dejado en el hotel con Amanda; y piensa: "Estoy bien."

Chile había sido un buen cambio, pero a veces — a veces no era suficiente. Se llevaba bien con los Agentes que tenía por colegas, había aprendido a manejarse bien en el país tras los cursos express de Cómo Sobrevivir En La Calle (cortesía de Alex, claro), tenía un entendimiento bastante acertado sobre cómo tratar a la gente, y había aprendido a las malas, que no debía mencionar el fútbol mientras hubiera un espécimen masculino en las inmediaciones.

Sin embargo, aunque hubiera pasado más de un año de que fuera legalmente aceptada dentro del círculo de Agentes (es decir, la designada celebración de Fin de Año en Las Cruces el año anterior dónde su Iniciación había consistido en probar los dichosos «Tragos de Lío» y había concluido en un fiasco, que gracias a él manteniendo la boca cerrada, todavía no había salido a la luz para venir a apuñalarla en la espalda) a veces – a veces seguía sintiéndose como una extraña.

Saca un paquete de Skittles del bolsillo y se echa unos dulces a la boca, devolviendo primero los verdes (que siempre dejaba para el final) y al alzar la vista, nota que en su ensimismamiento se ha quedado atrás y no logra ver al grupo adelante. Después, ve que un poco más allá está Leonardo apoyado en la baranda que separa la vereda de la playa, mirando hacia la ciudad, con una Gatorade Cool Blue en la mano.

Al llegar hasta él, pretende seguir caminando e ignorarlo, pero Leonardo le habla.

—No escuchaste cuando Alex gritó preguntándote qué querías y como ellos entraron a tomar al pub de enfrente, te compré ésto —dice, mientras saca de su bolsillo una Propel de limón y se la ofrece, media sonrisa encima.

—Gracias —dice ella al tomar la botella, instándose a no prestarle atención al hecho que sabe cuál es su bebida favorita y mucho menos qué sabor prefiere. —¿No vas a ir con los demás?

—Quizás —responde él, encogiéndose de hombros y empezando a caminar a su lado sin que tenga que proponérselo. —¿Tú no?

—A diferencia de ustedes, yo no suelo beber demasiado.

—Ah.

Y lo intuye, igual como es capaz de intuir una trampa cuando se dirige a una, que dice menos de lo que quiere decir.

—¿'Ah' qué? —pregunta, dándole una mirada de reojo que él responde de misma manera, sonriéndose.

—Que si no te conociera, te creería —se explica él, riéndose cuando Aimée pretende defenderse, ofendida, pero antes que pueda hacerlo, Leonardo la toma de un codo y la obliga a cruzar la calle, en dirección al centro. —No beberás seguido, querrás decir. Porque en cuanto a cantidad...

—¡Oye!

Escucha su risa, cristalina y contagiosa, e intenta parecer indignada, pero no lo logra del todo cuando él le suelta el codo y le pasa el brazo por los hombros. Es, lejos, una de las situaciones más extrañas en las que se ha visto, sin tener en cuenta los abrazos espontáneos de Cony cuando aprobaba alguna prueba o se sentía particularmente inclinada a regalar abrazos. No puede decir que esté acostumbrada, pero tampoco que el peso sobre sus hombros sea del todo desagradable.

—Aimée, doll, necesitas relajarte un poco.

Ignora el «doll» magistralmente, de misma manera que ignora las tonterías de Alex; y frunce el ceño, dejando escapar un bufido por lo bajo.

—¿Relajarme? No estamos de vacaciones, Leonardo; además, son las once de la noche en un lugar que conozco poco, donde podría perderme; en cualquier momento podría atacarnos alguien, un grupo de ebrios no deja de ser de cuidado si son muchos; y yo no tengo mi Silver conmigo, mi celular se quedó sin batería hace dos horas y no tengo idea de en qué calle estamos y dónde está ese pub donde se quedaron...

Pretendía decir «donde se quedaron los demás» pero era un poco difícil, con los labios de él impidiéndole hablar. Al retirarse, él le sonríe.

—¿Bebiste algo con Jorge antes de que saliéramos? —le pregunta ella, frunciendo el ceño.

—No —responde Leonardo, con gesto de ofendido. —Me pareció una buena manera de hacerte callar —murmura y ella abre la boca para decir algo, se arrepiente y no dice nada. —¿Ves? Funcionó.

—Eso sólo funciona en las películas.

Lo ve encogerse de hombros otra vez y sólo entonces nota que tiene los brazos en su cintura y uno de sus dedos juguetea con la pretina del jean. Por un segundo, se pregunta qué hubiera sido si se encontrara en esta misma situación, en OMAS Londres, con otro agente con quién habían sido cercanos alguna vez, bajo el resguardo de James. Después, aprieta la mandíbula y decide olvidarlo.

Da un paso atrás, librándose de su abrazo con facilidad, y lo escucha suspirar mientras toma un trago de su bebida, evitando hacer contacto con su mirada.

—No te van a decir nada, ¿sabes? —dice él, otra vez caminando y haciéndole seguirlo. Al verla intentar hablar, levanta una mano para interrumpirla, de manera tan privada de su jovialidad, que llega a desconcertarla. —Por ser como eres. Por confiar en nosotros aunque no te integres siempre. Pero si tú no quieres, no sé porqué viniste en vez de quedarte en el hotel.

—Yo no...

—No, descuida —Leonardo ríe, pero se nota forzado y llega a incomodarle. Sabe a culpa. —No tienes porque explicar nada y menos a mí. Después de todo, el tiempo que te conozco no es nada comparado al que conoces a Alex, y si a él no le dices...

—¿Qué tiene que ver Alex con esto? —lo interrumpe. Jura que lo ve dar un respingo y que evita mirarla. —Leonardo.

—Bueno que... Alex y tú, se conocen de, un tiempo ya y como te llevabas mejor con él cuando llegaste y él se encargó de aclimatarte y... —Leonardo alza ambas manos al ver su mirada y continúa, apresurado— bueno, corrió-el-rumor-yo-sólo-lo-oí nada más.

—¿Qué rumor? ¿Con Alex? —y de repente todo tiene sentido en su cabeza— Voy a vomitar. ¡Si es insoportable!

Eso lo hace sonreír, aunque sea todavía con un poco de recelo a como pueda reaccionar.

—Sí, la verdad es que no me pareció muy probable tampoco.

Ella no responde, todavía frunciendo el ceño ante su dichoso rumor y empieza a caminar, sin preocuparse por si la sigue o no, ni tampoco por donde va.

—El pub era a la derecha —le escucha decir tras cinco minutos de caminar sin hablar, y ella asiente doblando a la derecha, en silencio.

Cuando reconoce dónde se habían encontrado y distingue el letrero de neón anunciando el pub, aminora el paso y respira hondo. Él la observa, esperando.

—No me integro porque no sé cómo hacerlo. Son extraños, ustedes. Se tratan con una familiaridad y una... cercanía que no existe en Londres. Y si lo hace, no tarda en esfumarse con los años.

—¿Por eso viniste a Chile?

Auch.

—¿Por que venías dejando algo atrás?

—No es lo que crees —se defiende, volviéndose a mirarlo y notando que sus ojos azul claro se ven grises en la noche y que el cabello largo le brilla más rubio con la luz artificial. —No huí por... por alguien. Vine porque necesitaba un cambio. Y Alex de vez en cuando me mandaba correos diciendo que lo visitara cuando tuviera vacaciones, que cuando revisé mi correo y vi su nombre, pedí la transferencia sin pensarlo.

—No se necesita un cambio sólo porque sí, Aimée.

—No, la verdad es que no —responde ella, pensando internamente que se sorprende de estar teniendo esta conversación con Leonardo, de todas las personas—, pero si esperas que te diga que vine por evadir a un hombre, no me oirás decirlo.

—Pero es cierto.

—Tal vez, un poco, puede ser.

—Y no me vas a contar.

—Mi archivo no dice clasificado por nada, Leonardo.

Comienza a andar, sólo para sentir una de sus manos retenerla y obligarla a darse vuelta. El pub está cerca, ha pasado más de media hora, y los demás no tardarán en preguntarse donde están — el instinto nunca le ha fallado.

—Aimée.

—No, Leonardo. Así está bien. Además, no tengo ninguna intención de que me encarcelen por difamadora de cunas.

Lo escucha reír, genuinamente, y ella sonríe en respuesta.

—¡Tengo dieciocho!

—Y yo veintidós, siguen siendo cuatro años.

Entonces, antes que pueda evitarlo, se siente contra la pared, con la brisa marina en la cara y el aroma de su colonia demasiado cerca.

—Aimée...

Siente su sonrisa rozándole el cuello y el corazón se le acelera, empuña las manos cuando lo siente acercarse para besarla y está demasiado cerca—demasiado cerca pero no lo suficiente y ella realmente no vino a Chile buscando tener una relación poco sana con un Agente menor pero piensa — qué más da, y lo besa. Al hacerlo, la sonrisa suya se desvanece y lo siente dar un paso hacia ella, obligándola a inclinarse en la muralla y mentalmente espetar una maldición al sentir el concreto frío en la espalda — alza las manos para enredarlas en su pelo y piensa que no recordaba esta sensación, ni siquiera de las últimas veces en que había terminado compartiendo cama con él después de beber más de la cuenta, y que si es así como debería sentirse, vaya, es que no está mal.

—¡Lío! ¿Qué están...? ¡Aimée!

Se separa de él con brusquedad, pero no quita las manos de su cuello y todavía siente las de él en su cintura bajo la polera. Intenta controlar su respiración al ver acercarse a alguien desde el pub, sintiéndose satisfecha de ver que la respiración en su mejilla tampoco es regular.

—¿Qué, Alex? —pregunta cuando ve al menor acercarse y comenzar a indicarla a ella y a Leonardo, con gesto de incredulidad.

—Pero... ¿De cuándo...? ¿Cómo?

—No hagas preguntas de las que no quieres respuestas —responde Leonardo, y el verlo poco preocupado de lo que dirá Alex y por ende, los demás, casi la sorprende. Pero no.

—Iremos enseguida, Alex —dice ella, impidiendo que tenga la oportunidad de llegar a hilvanar un pensamiento. Se guarda el privilegio de amenazarlo con algo para que no abra la boca, en parte porque sigue pensando «qué más da» y en parte porque le cuesta un poco preocuparse por Alex y los demás cuando una de las manos de Leonardo seguía acariciándola en la espalda con lentitud.

Cuando él se entra, siente a Leonardo esconder la cabeza en su cuello y largarse a reír.

—No vamos a sobrevivir mañana.

No, piensa ella. Seguro que no. Pero si iban a dar qué hablar, bien podría aprovechar la oportunidad, que el daño ya estaba hecho y darles una buena razón para que lo hicieran.

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