Título: Mad Sounds
Personajes: Aimée Reed, Leonardo Ramírez.
Advertencia: idk.
—Sigues enfadada.
Aimée lo ignora magistralmente, en esa manera tan suya que tiene, que tienen todas las mujeres, quizá. Leonardo intenta no tomárselo personalmente y cambia el canal de la TV por enésima vez desde que se sentaron hace al menos una hora.
—Crees que estamos equivocados —dice, intentando entablar conversación nuevamente. Sería tan solo la cuarta vez desde que llegaron.
—Creo que algunas cosas me gustaban mucho más en Inglaterra —responde Aimée, al fin. —Acá no siguen las reglas, no toman en serio el protocolo. Son agentes de la ley, pero no les interesa respetarla. No es algo que puedo ignorar solo porque el equipo me agrada extraoficialmente.
—¿Todo eso solo porque Cony fue parte de una operación?
Aimée se gira a mirarlo y si la emoción en sus ojos no es decepción, Leonardo no sabe qué es. —¿Solo porque Cony estuvo en una operación? Lo dices como si no fuera importante.
—Estaba con nosotros, estaba segura.
—¡Ni siquiera es mayor de edad! Puede ser aprendiz de agente, pero su lugar no está en el campo de batalla —y como si esto resumiera todo, agrega: —¡Su especialidad es Comunicaciones!
—Esto no era una batalla, Aimée, y muchos agentes entran a terreno antes de terminar la Academia.
—¡Cony aún está en la Escuela! Y esta vez no fue una batalla, pero algún día lo será. Su lugar es en la Central de Comunicaciones, quizás hasta Inteligencia, ¡pero no en terreno!
—Aims, no seas...
—No, Leo —lo interrumpe Aimée, agitando la cabeza. —Ustedes no actúan según las reglas. Sin Jorge, ¿quién autorizó que Cony fuera con nosotros? ¿Antonia? ¿La convencieron entre tú y Alex? ¿Acaso con Siver? Ni siquiera importa, lograron que un superior pidiera un operario menor de edad que aún no está ni certificado y, lo que es peor, les dieron el permiso. Eso sería impensable en Inglaterra.
—Necesitábamos a alguien.
—¿Para mantenernos en contacto con OMAS? No me vengas con estupideces, cualquiera de nosotros tiene el conocimiento básico para llevar las comunicaciones necesarias en terreno, Cony no era indispensable. Ustedes están acostumbrados a salirse con la suya, eso es lo que pasa, y quieren a Cony como una mascota, una trainée que llevar a cuelgas como si fuera una gracia. ¿Acaso los operadores de Houston van a las misiones al espacio con los astronautas, también?
—Aimée, basta, estás pensando demasiado las cosas.
Aimée, inesperadamente, se ríe. —¿Cuántas veces hemos seguido a Alex en busca de un objetivo solo porque quiso tomarse las cosas personalmente, clamando venganza por un ataque? ¿Cuántas veces se han tomado el interrogatorio de un sospechoso como cruzada personal? ¿Cuántas veces Jorge ha tenido que cubrirlos para evitar una amonestación por procedimientos indebidos? ¿Cuántas veces he tenido que correr la vista para no saber las irregularidades de un operativo? No, Leonardo, no estoy pensando demasiado las cosas, las estoy exponiendo.
Al ver que calla, Aimée inhala, exhala y se corre el flequillo de la frente.
Él, nada, en mute.
—Ustedes se toman cualquier ataque o acontecimiento criminal como un ataque personal, pero la verdad es que los ataques terroristas pocas veces tienen como objetivo a agentes tan insignificantes como nosotros. Nosotros somos invisibles. Al menos, deberíamos serlo. Así es en Inglaterra. Pero no, acá todo es personal y ustedes no se dan cuenta de lo ególatras que parecen.
Leonardo la observa, frunciendo el entrecejo, y la ve agitar la cabeza nuevamente.
—Seguir llevando a Cony en los operativos sirve para que aprenda cosas que no hará desde su oficina en Comunicaciones, sí. Pero, también significa exponerla a peligros innecesarios de los que estaría a salvo si sus amigos dejaran de ser unos malditos egoístas que quieren llevarla a cuestas donde sea solo porque sería... divertido. Menudos amigos son.
Es entonces que no se contiene: —Vete a la mierda.
—¿Irme? —dice Aimée y hace un gesto que él ni siquiera intenta comprender. —No, Leo, a veces es como que ya estuviera ahí.
Con eso, sus propias palabras se vuelven en su contra y se siente como mierda. —¿Ah, sí? —dice y apenas se reconoce la voz. —Nadie te obliga a quedarte.
Aimée le arrebata el control remoto y el pelado de Séptimo Vicio, cuyo nombre Leonardo nunca recuerda, se calla y da paso al Discovery Channel. A los treinta segundos, Aimée se lo devuelve y se pone de pie. —Lo siento, es mejor que me vaya. Mi cabeza está...
Aimée se encoge de hombros y no intenta explicarse. Casi por inercia, él también se pone de pie y la sigue cuando se da vuelta para dirigirse a la puerta. Es entonces que, en un acceso de imbecilidad pura, la tira de un brazo para atraerla; pero Aimée no es Fuerzas Especiales por nada y Leonardo termina de espaldas en el piso antes de lograr hacer nada de lo que ni siquiera había pensado aún.
Algún día la pillará desprevenida.
Ese día no es hoy, evidentemente.
—Perdona —dice Aimée, ofreciéndole una mano. —Estoy tensa, fue un reflejo.
Leonardo acepta su mano y tira de ella, la hace perder el equilibrio y caer sobre él. En eso, Aimée se apoya con una mano en él, lo hace perder el aliento y una de sus manos le tira el pelo por accidente.
—Perdona —repite Aimée y se acomoda lo suficiente para no estar aplastándolo nada ni tirándole el pelo. —Pero eso te lo buscaste tú mismo.
—Necesitas relajarte —dice él y antes que Aimée logre ponerse en pie, intercambia sus lugares con un movimiento certero y eficaz. —Y con lo cabreado que podría estar yo, también me serviría.
Aimée no sabe alzar las cejas individualmente, pero tiene perfeccionado el arte de alzar ambas tan solo unos milímetros para expresar su sorpresa. —Estuviste entrenando con Jorge.
—Sí, me enseñó un par de trucos de defensa personal.
Por segunda vez, Aimée lo toma por sorpresa al alzar una mano y tocarle la mejilla con una suavidad casi ajena a sí misma, a él, a lo que son en el trabajo, a lo que no son fuera del trabajo. —Deja levantarme, Jorge está por llegar y esto es indecoroso de…
Como siempre, Leonardo considera ese argumento como irreverente y la besa de todas formas.
En algún momento de la noche, se despierta muerto de sed y con el brazo izquierdo dormido por completo.
Personajes: Aimée Reed, Leonardo Ramírez.
Advertencia: idk.
—Sigues enfadada.
Aimée lo ignora magistralmente, en esa manera tan suya que tiene, que tienen todas las mujeres, quizá. Leonardo intenta no tomárselo personalmente y cambia el canal de la TV por enésima vez desde que se sentaron hace al menos una hora.
—Crees que estamos equivocados —dice, intentando entablar conversación nuevamente. Sería tan solo la cuarta vez desde que llegaron.
—Creo que algunas cosas me gustaban mucho más en Inglaterra —responde Aimée, al fin. —Acá no siguen las reglas, no toman en serio el protocolo. Son agentes de la ley, pero no les interesa respetarla. No es algo que puedo ignorar solo porque el equipo me agrada extraoficialmente.
—¿Todo eso solo porque Cony fue parte de una operación?
Aimée se gira a mirarlo y si la emoción en sus ojos no es decepción, Leonardo no sabe qué es. —¿Solo porque Cony estuvo en una operación? Lo dices como si no fuera importante.
—Estaba con nosotros, estaba segura.
—¡Ni siquiera es mayor de edad! Puede ser aprendiz de agente, pero su lugar no está en el campo de batalla —y como si esto resumiera todo, agrega: —¡Su especialidad es Comunicaciones!
—Esto no era una batalla, Aimée, y muchos agentes entran a terreno antes de terminar la Academia.
—¡Cony aún está en la Escuela! Y esta vez no fue una batalla, pero algún día lo será. Su lugar es en la Central de Comunicaciones, quizás hasta Inteligencia, ¡pero no en terreno!
—Aims, no seas...
—No, Leo —lo interrumpe Aimée, agitando la cabeza. —Ustedes no actúan según las reglas. Sin Jorge, ¿quién autorizó que Cony fuera con nosotros? ¿Antonia? ¿La convencieron entre tú y Alex? ¿Acaso con Siver? Ni siquiera importa, lograron que un superior pidiera un operario menor de edad que aún no está ni certificado y, lo que es peor, les dieron el permiso. Eso sería impensable en Inglaterra.
—Necesitábamos a alguien.
—¿Para mantenernos en contacto con OMAS? No me vengas con estupideces, cualquiera de nosotros tiene el conocimiento básico para llevar las comunicaciones necesarias en terreno, Cony no era indispensable. Ustedes están acostumbrados a salirse con la suya, eso es lo que pasa, y quieren a Cony como una mascota, una trainée que llevar a cuelgas como si fuera una gracia. ¿Acaso los operadores de Houston van a las misiones al espacio con los astronautas, también?
—Aimée, basta, estás pensando demasiado las cosas.
Aimée, inesperadamente, se ríe. —¿Cuántas veces hemos seguido a Alex en busca de un objetivo solo porque quiso tomarse las cosas personalmente, clamando venganza por un ataque? ¿Cuántas veces se han tomado el interrogatorio de un sospechoso como cruzada personal? ¿Cuántas veces Jorge ha tenido que cubrirlos para evitar una amonestación por procedimientos indebidos? ¿Cuántas veces he tenido que correr la vista para no saber las irregularidades de un operativo? No, Leonardo, no estoy pensando demasiado las cosas, las estoy exponiendo.
Al ver que calla, Aimée inhala, exhala y se corre el flequillo de la frente.
Él, nada, en mute.
—Ustedes se toman cualquier ataque o acontecimiento criminal como un ataque personal, pero la verdad es que los ataques terroristas pocas veces tienen como objetivo a agentes tan insignificantes como nosotros. Nosotros somos invisibles. Al menos, deberíamos serlo. Así es en Inglaterra. Pero no, acá todo es personal y ustedes no se dan cuenta de lo ególatras que parecen.
Leonardo la observa, frunciendo el entrecejo, y la ve agitar la cabeza nuevamente.
—Seguir llevando a Cony en los operativos sirve para que aprenda cosas que no hará desde su oficina en Comunicaciones, sí. Pero, también significa exponerla a peligros innecesarios de los que estaría a salvo si sus amigos dejaran de ser unos malditos egoístas que quieren llevarla a cuestas donde sea solo porque sería... divertido. Menudos amigos son.
Es entonces que no se contiene: —Vete a la mierda.
—¿Irme? —dice Aimée y hace un gesto que él ni siquiera intenta comprender. —No, Leo, a veces es como que ya estuviera ahí.
Con eso, sus propias palabras se vuelven en su contra y se siente como mierda. —¿Ah, sí? —dice y apenas se reconoce la voz. —Nadie te obliga a quedarte.
Aimée le arrebata el control remoto y el pelado de Séptimo Vicio, cuyo nombre Leonardo nunca recuerda, se calla y da paso al Discovery Channel. A los treinta segundos, Aimée se lo devuelve y se pone de pie. —Lo siento, es mejor que me vaya. Mi cabeza está...
Aimée se encoge de hombros y no intenta explicarse. Casi por inercia, él también se pone de pie y la sigue cuando se da vuelta para dirigirse a la puerta. Es entonces que, en un acceso de imbecilidad pura, la tira de un brazo para atraerla; pero Aimée no es Fuerzas Especiales por nada y Leonardo termina de espaldas en el piso antes de lograr hacer nada de lo que ni siquiera había pensado aún.
Algún día la pillará desprevenida.
Ese día no es hoy, evidentemente.
—Perdona —dice Aimée, ofreciéndole una mano. —Estoy tensa, fue un reflejo.
Leonardo acepta su mano y tira de ella, la hace perder el equilibrio y caer sobre él. En eso, Aimée se apoya con una mano en él, lo hace perder el aliento y una de sus manos le tira el pelo por accidente.
—Perdona —repite Aimée y se acomoda lo suficiente para no estar aplastándolo nada ni tirándole el pelo. —Pero eso te lo buscaste tú mismo.
—Necesitas relajarte —dice él y antes que Aimée logre ponerse en pie, intercambia sus lugares con un movimiento certero y eficaz. —Y con lo cabreado que podría estar yo, también me serviría.
Aimée no sabe alzar las cejas individualmente, pero tiene perfeccionado el arte de alzar ambas tan solo unos milímetros para expresar su sorpresa. —Estuviste entrenando con Jorge.
—Sí, me enseñó un par de trucos de defensa personal.
Por segunda vez, Aimée lo toma por sorpresa al alzar una mano y tocarle la mejilla con una suavidad casi ajena a sí misma, a él, a lo que son en el trabajo, a lo que no son fuera del trabajo. —Deja levantarme, Jorge está por llegar y esto es indecoroso de…
Como siempre, Leonardo considera ese argumento como irreverente y la besa de todas formas.
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En algún momento de la noche, se despierta muerto de sed y con el brazo izquierdo dormido por completo.
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