Personajes: Aimée Reed, Leonardo Ramírez, Jorge Valenzuela, Alex Card, Amanda Contreras.
Advertencia: Continuación del Experimento n.° 1 en JovAg.
Despierta con frío.
Se da cuenta en seguida de que algo anda mal.
Primero, porque jamás ha sentido frío desde que
se ha quedado en el departamento que Leonardo comparte con Jorge.
Segundo, porque afuera ya es de día y mierda,
se suponía que eso no debía pasar. Se suponía que solo iban a beber una copa de
vino o dos mientras veían algo en la tele, aunque no terminaron viendo ni la
mitad de la película y, por mucho que intentaba recordarlo, no sabía si había
sido él o ella la que había dado el primer paso para terminar encamados.
No iba a volver a beber ni champán ni vino en
su vida, porque obviamente le hacían actuar como una civil común y corriente
que después de beber un poco se queda dormida sin darse cuenta en una casa ajena solo porque está cómoda, cansada y satisfecha.
Y ahora tiene frío. Tiene frío porque está
desnuda y porque Leonardo no está por ningún lado de la habitación, y al
parecer no lo estaba hace rato, considerando lo heladas que estaban las sábanas
en el espacio vacío donde había dormido.
Aimée se sienta en la cama, busca su celular
con la mirada y no lo encuentra. Tampoco encuentra su vestido, aunque el
pantalón y la camisa de Leonardo del día anterior seguían tirados en el piso.
Es entonces que escucha voces. Lejanas, ininteligibles.
Pero el tono se traspasa a pesar de no entender las palabras y Aimée sabe con
toda certeza entonces que algo anda mal.
Se pone de pie sin pensarlo más, camina hasta
el clóset y se coloca la ropa interior limpia que dejó la última vez que estuvo
ahí (para tener “por si acaso” como había dicho Leonardo), y le roba la polera más
larga que tiene, una verde de una banda que no conoce y que le llega hasta la
mitad de los muslos y que al menos no la hace sentir tan expuesta,
vestida solo con bóxers femeninos y una polera suya.
Busca su arma un segundo, pero luego se da
cuenta de que si lo que estuviera ocurriendo fuera así de grave, Leonardo
la habría despertado.
Abre la puerta sin hacer ruido, porque se ha hecho experta en ello de tantas veces de hacerlo para que Jorge no la escuche
cuando se va en la mitad de la noche, y mira por una rendija hacia fuera.
No hay nadie a la vista.
Aimée sale de la pieza y da unos pasos por el
pasillo hacia el comedor, distingue la puerta semiabierta por la luz que entra al
living.
—No, basta —escucha a Leonardo, su voz apagada
por la distancia, pero claramente molesta—. No voy a dejarte entrar y, si no te
vas, voy a llamar a seguridad.
—Pero es que no entiendo, solo quiero que
hablemos —le responde una mujer—. De verdad que estás haciendo un escándalo por
nada, Lío.
Aimée se acerca a la puerta, ve a Leonardo
hablando por esta hacia afuera, vestido con apenas un pantalón deportivo, nada
para arriba, descalzo como ella. Está apoyado en el marco de la puerta con un
brazo y con el otro afirma el pomo interior y mantiene la puerta firme contra su cuerpo.
—Ya te dije que no —responde Leonardo, se
restriega los ojos. —¿Cuántas veces más voy a tener que repetírtelo? Ahora saca
el pie, porque voy a cerrar la puerta aunque no lo saques.
—Lío, por favor —dice la mujer—. Dame cinco minutos.
Es entonces que suena su celular desde
la mesa del comedor, así que Aimée se apresura a ir a buscarlo y silenciarlo. En
la pantalla lee Alex el Incomparable porque por más que Aimée lo cambia
a Alex Card, el muy cretino siempre se las apaña para hacérselas con su
celular y ponerse otra cosa. Tres meses atrás era Alex que tiene tu cinta
porno del ascensor, pero solo duró un día antes de que Aimée se diera cuenta
y lo revirtiera. Después de eso, cuando Alex se lo cambió de nuevo, Aimée prefirió
mantener el “Incomparable” antes que correr el riesgo de que Alex se pusiera alguna otra
burrada que pudiera dejarla expuesta si es que alguien veía la pantalla de su
celular en mal momento.
Cuando Aimée corta la llamada, levanta la
mirada y ve que Leonardo la está mirando, frunciendo el ceño. Luego, se vuelve
a su interlocutora.
—Ya te he dado como media hora y nos estamos
dando vuelta en círculos para nada. Ándate, tengo cosas que hacer.
—¿Qué
cosas? Sé que tu equipo tiene libre el finde.
—Qué te importa a ti lo que yo tenga que hacer —dice
Leonardo, esta vez un poco más alto—. Te voy a dar un minuto para que te vayas,
si no, llamo a seguridad de verdad.
Cuando vuelve a mirarla, Aimée le hace un gesto
con la mano: se indica a sí misma y luego hacia la ventana (¿Me voy?). Leonardo
agita la cabeza en respuesta (No), pero es más evidente de lo que cree,
porque, en cuanto Aimée decide que sea lo que sea que esté pasando no es de su
incumbencia y decide irse de vuelta a la pieza, la mujer le habla al respecto.
—¿Hay alguien adentro? Si es Jorge o Alex,
déjame saludar aunque sea.
—No, es mi polola. Te quedan cuarenta segundos.
—¿Tu polola?
Las palabras le retumban en el cerebro.
Es mi polola.
No sabe cómo, pero Aimée se tropieza con una
silla, espeta una maldición en inglés y aprieta los ojos para controlar el
dolor.
—¿Qué fue eso? —pregunta Leonardo y su voz
suena dirigida hacia el interior, así que Aimée abre los ojos y lo ve mirándola
de nuevo y sabe que sí, que le habla a ella. Y quizá es idea suya, quizá es que
todavía le resuena en repetición el mi polola, pero su voz suena de
inmediato más suave.
—Me pegué con la silla —murmura Aimée.
—¿Estás bien?
Es mi polola.
Aimée le hace un ok con un pulgar y
luego corre la silla, la esquiva con creces y empieza a caminar hacia la
cocina.
—Te quedan treinta segundos.
—No
sabía que estabas pololeando.
—Ahora sabes. Saca el pie.
—¿De cuándo…?
—Qué te importa.
Aimée pone el hervidor, intenta no escuchar,
aunque las voces suenan menos lejanas y más fuertes ahora.
—Apuesto que estás mintiendo —dice la mujer—. Que
es Jorge dándote una excusa para no hablarme. Si estuvieras pololeando, todos
hablarían de eso. ¿Te acuerdas de tus groupies? Deja de ser un idiota y
hablemos un rato, no te pido mucho más.
—Cree lo que quieras, me da igual. Te quedan
diez.
—¿Por qué no puedes dejar de ser tan terco?
Solo quiero que conversemos, cerrar el capítulo, si quieres, necesito decirte
lo que…
—No, basta. Basta, en serio. ¿De qué capítulo estás
hablando, Amanda? Estás loca. Salimos un par de veces y algunas ni nos hablamos.
Anda al psicólogo si necesitas un cierre para eso, pero a mí déjame en paz. Voy
a cerrar la puerta con tu pie ahí o no, te estoy avisando.
—¡Lío! —se ríe la mujer—. Deja de inventarte
historias, primero la polola y ahora esto, es obvio que…—
Aimée no sabe cuál es su proceso mental exactamente,
solo sabe que está en la entrada, que le toca la mano que tiene sobre el pomo a Leonardo y que cuando él retira su mano, ella abre la puerta sin más.
—Hola —le dice a la mujer, que la mira atónita,
incluso cuando le extiende la mano—. Aimée Reed.
La mujer le da la mano, sin cambiar la
expresión.
—¿Tú eres…? —la insta Aimée, le suelta la mano
y siente a Leonardo rodearle los hombros con su brazo derecho.
—Amanda.
—Un gusto —dice Aimée, intenta sonreír lo más
amablemente que puede, aunque no tiene idea de si lo logra. Luego, se gira a mirar a
Leonardo—. Voy a tomarme un té, que hace frío. ¿Te preparo un café?
—Sí, por fa.
—Vale, te espero en la cama —le dice y se
vuelve de nuevo a la mujer—. Que estés bien. Bye.
La mujer no responde.
—No te demores, tengo frío —le dice a Leonardo
y le apoya una mano en el pecho descubierto porque no se ha puesto polera antes
de salir a atender, lo acaricia solo con la punta de los dedos. Se la mantiene
unos segundos por efecto dramático y luego se entra.
Es mi polola.
La cabeza le da vueltas.
Quizá todavía tiene mucho alcohol en el
sistema. Si no, ¿por qué había hecho semejante desplante de niñería? Como si
fuera una mocosa de quince. O una colegiala enamorada. O, incluso, como si
Leonardo hubiera necesitado su apoyo en algo así de banal.
Tiene el té y el café listos en el mesón, pero
sigue ahí de pie cuando siente a Leonardo abrazarla por la espalda y cruzarle
los brazos alrededor de la cintura.
—Eres increíble.
—No hice nada —dice Aimée, intenta contener el
torbellino que siente en el interior tratando de concentrarse en revolverle el
café para disolver el azúcar.
—Bueno, gracias por nada, porque me estaba
congelando ahí afuera y no quería llegar al punto de tener que cerrarle la
puerta encima de verdad. Mi vieja sería capaz de venir a pegarme si supiera que
le toco mal un pelo a una mina, aunque se lo merezca.
Entonces lo escucha inhalar profundo cerca de su
sien, sobre su cabello, y apretarla levemente.
—¿Vas a dejar de revolver eso algún día?
Aimée suelta la cuchara de inmediato.
—¿Estás molesta?
—Para nada —responde Aimée, cierra los ojos por
inercia cuando siente que la besa detrás de la oreja—. Leo, es tarde.
—Podemos ser rápidos —dice Leonardo y una de
sus manos le sube por el costado por dentro de la polera y le eriza la piel—.
Justamente por la hora y Jorge puede llegar en cualquier momento, pero también porque pensé en hacer esto hace como una hora
cuando desperté, pero luego se me ocurrió que mejor te despertaba con un té porque sé que es lo
primero que te gusta hacer cuando despiertas y fui a revisar el
celular mientras esperaba el hervidor y terminé perdiendo el tiempo con Amanda acá cuando llegó después.
Es mi polola.
Es lo único que puede pensar, incluso mientras
habla, incluso cuando le besa el cuello con suavidad.
Entonces se maldice mentalmente y se da vuelta en sus brazos. No logra esquivar un beso que le roba el aliento, que se prolonga y casi la hace dejarse llevar. Cuando se separan para respirar y Leonardo vuelve a besarla en el cuello, Aimée aprovecha la oportunidad para ponerle una mano en el pecho por segunda vez y obligarlo a dar un paso atrás.
—¿Qué pasa?
—¿Soy tu polola? —le pregunta—. ¿De cuándo?
—¿Cómo que de cuándo? —pregunta Leonardo a su
vez, frunciendo el ceño levemente.
Entonces suenan los dos celulares en conjunto sobre la mesa y, a la vez, alguien golpea a la puerta, insistente, firme, urgente.
Leonardo deja escapar una sarta de garabatos
por lo bajo mientras camina apresurado hacia la puerta, y Aimée se dirige a los
celulares.
—Amanda, te juro que si vas a seguir con…
Leonardo se interrumpe cuando Aimée ve que
ambos celulares muestran el mismo mensaje.
—Gracias por responder anoche, maldito bastardo.
Déjame pasar, que me siento pésimo.
Aimée se gira, ve a Alex apoyado en el marco de
la puerta desde afuera, evidentemente en mal estado, la ropa desordenada y un
poco sucia, el cabello alborotado.
Cuando Alex pasa al lado de un atónito Leonardo
y la ve, levanta la mano y la señala con un dedo.
—Eso va para ti igual, porque a ti también te
llame, desgraciada. Debí imaginarme que estaban aquí dándose como caja cuando apagaron
los celulares, pero no se me ocurrió en el momento.
Acto seguido, se desploma en medio de la
entrada y Leonardo y Aimée se apresuran a agacharse a su lado.
—Bueno, ahora sé a dónde se había ido —dice
Jorge, desde la puerta abierta, con un café en la mano—. Hola, Aimée.
Aimée siente como se le seca la boca y deja de
tomarle los signos vitales a Alex.
—Si estás aquí todavía, ¿eso significa que ya dejarás
de irte en la mitad de la noche? ¿O es una mala mañana y prefieren que haga como que no he visto nada? —pregunta Jorge—. Porque si es que eso de andarse
a escondidas en la noche es un fetiche o algo así para ustedes, puedo hacerme
el sorprendido. Algo como: ¡Vaya, Aimée, qué coincidencia que estés semivestida
en mi departamento a casi las once de la mañana un día libre! ¡Y con Leonardo
igual de semivestido! ¡No tengo idea de qué podría significar eso!
Aimée mira a Leonardo un segundo y luego se queda mirando a Jorge, en silencio. Por el rabillo del ojo, ve que Leonardo está igual.
Al par de segundos, Jorge bebe un sorbo de café y se rasca la nariz.
—Perdón —dice—. Creo que todavía estoy un poco
ebrio, me pondré serio ahora. ¿Alex sigue vivo?
—Sí —responde Leonardo, dejando escapar entre un suspiro y un bufido, y luego se corre una
mano por el cabello—. ¿Qué mierda pasó? Creí que estabas con él.
—Sí y no, es una historia.
—¿Una larga historia, quieres decir?
—¿Qué? No sé, supongo. Depende de quién la
cuente.
Aimée se pone de pie, aunque siente que todo el
cuerpo le tiembla y no solo por el frío.
—¿Entonces? —pregunta Jorge y se rasca la
cabeza con evidente confusión—.¿Ignoro que estás aquí? ¿Hacemos como que llegaste
recién? Tienen que decirme qué hago porque…
—Soy su novia —le suelta Aimée, sin pensarlo—. Así
que sería normal que esté aquí a veces, ¿no?
—Muy normal —responde Jorge, asintiendo—. ¿Eso significa que ya no tengo que hacerme el loco, cierto? Es que a veces me muero de frío esperando que den las
tres de la mañana en la calle de al frente para darles tiempo, sobre todo
cuando se me olvida llevarme un polerón.
—¿Por qué nunca dijiste nada? —pregunta Leonardo.
—¿Y qué te iba a decir? “Oye, ¿pueden hacer sus
cosas a otra hora?” O “¿Puedes hablar más bajo porque las murallas son casi de
papel y escucho todos los halagos y las órdenes que le dices a tu mina cuando tienen
relaciones?” Bueno, ahora no porque me compré unos audífonos mejores, pero esa faceta no es una que ninguno de los dos quisiera conocer del otro, Lío. Ni admitir
conocer.
Jorge vuelve a beber de su café.
—Yo era más feliz antes de saber eso también, porque ahora tengo preguntas, pero no sé si quiero respuestas —dice
Alex, del suelo, levantando un brazo con esfuerzo—. Y me muero de sed, ¿alguno me podría traer
agua?
—Necesito un trago —dice Aimée—. Esta mañana es una locura.
—Ups —dice Jorge—. Ahora creo que quizá no debí decir todo eso.
—Ustedes tres son la combinación de mis
pesadillas —murmura Leonardo, restregándose la cara.
Jorge se ríe fuerte, lo que ya es raro de por
sí.
Después, Alex también lo hace, aunque su estado
es deplorable por algún motivo aún desconocido, y gimotea un poco después de
cada carcajada.
Y al final, Aimée se siente reírse también, por la risa eufórica
de Jorge, la risa y los quejidos de Alex, por las mejillas ruborizadas de Leonardo y por su
misma inaptitud social.
Porque incluso con sus diferencias con ellos, está
ahí, con Leonardo, que le gusta, le gusta de veras, le gusta muchísimo y
debe ser aunque sea un poco mutuo si él ya la consideraba su novia antes de que
ella lo pensara siquiera; con Alex, que a veces es su mejor amigo a la fuerza y
compra cintas de seguridad para que no se convierta en el mejor chisme de la
agencia por besarse con Leonardo en medio de un ascensor de vuelta de una
misión; y con Jorge que es el mejor amigo de Leonardo y que se espera en la
calle para darles tiempo a solas cuando pueden compatibilizar sus tiempos,
incluso a costa de pasar frío y sueño dándoles ese tiempo adicional. Como si
fuera una más del grupo y no sola otra del equipo Delta.
Leonardo la mira, agitando la cabeza, pero sonriendo levemente con esa sonrisa torcida y encantadora que tiene, y Aimée piensa es mi novio y le sonríe de vuelta.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario